La vida de Jyn Erso está signada por una importante misión. (Foto promocional de carácter ilustrativo) |
Mi primera película vista del año resultó ser Rogue One: Una historia de Star Wars. Una obra extensa, de unas dos horas de duración, que tiene un combo de intriga y que, a pesar de que lleva a emociones mezcladas, es un excelente puente entre la trilogía original y la que vino después.
La heroína es Jyn Erso, papel actuado por Felicity Jones. Muestra cómo ella, desde su más temprana infancia, llegó a la vocación de servir a la Alianza Rebelde, y su labor que puede ser clave para comprender y buscar información sobre una nueva, y muy famosa, arma que el Imperio planea probar para eliminar a sus enemigos.
Dos personajes llaman la atención: Cassian Andor, interpretado por Diego Luna, y Chirrut Îmwe, interpretado por Donnie Yen. El primero, como líder rebelde que termina por tener fe en la protagonista, y el segundo, por ser el más místico de todos, ya actúa y medita casi como un Jedi; de no ser porque, en teoría, no se ven Jedis en esta obra, aunque se los mencione. El droide de turno es K-2SO, un antigua entidad imperial reprogramada que demuestra un sentido del honor a toda prueba.
De los cameos de los personajes clásicos de Star Wars, son fugaces y aparecen en momentos clave, pero el que se lleva las palmas, es sin duda el famosísimo Darth Vader, cuya voz hecha por James-Earl Jones sigue cautivando a la perfección. El Vader tan conocido de las primeras películas aparece pocas veces y en los momentos de clímax, pero en un rol muy importante.
El desenlace de la película lleva a pensar, en lo que sin duda, es su moraleja: no importa cuán condenado uno esté, uno siempre puede redimirse sirviendo al éxito de la causa, aunque le vaya la vida en ello. Y hasta el remate final, conforme a hechos cronológicos recientes, parece así confirmarlo.
Chapeau una vez más, al universo de Star Wars. Sin dudas, la Fuerza los acompaña una vez más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario